martes, 25 de enero de 2011

La última partida.

Tenía 6 años cuando ya empezaba a jugar baraja con Elia, mi abuelita.
Todas las tardes se abrigaba con aquella bata roja de franela y me invitaba a jugar canasta mientras nos bebíamos una coca-cola, a veces comíamos semillas de girasol, a veces dátiles. Pero la coca-cola era requisito.
A diferencia de otros niños que solían hacer travesuras, ella me enseñaba a leer las mentiras, los nervios, la emoción en los rostros de las personas que se aventuraban a jugar contra nosotras. 
Siempre fuimos equipo, y siempre me sentí su cómplice fuera de aquellas partidas que solían durar un par de horas.
Tenía 14 años cuando en aquella recámara llena de tubos, agua, medicina, flores y coca-cola, mi abuela me invitó a jugar una última partida de canasta.

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